NUEVO LAREDOPORTADATAMAULIPAS

Lleva tres meses con la esperanza de recibir asilo político en EU

–Pero el llanto traiciona a una venezolana.

Gastón Mongue Estrada.

Nuevo Laredo, Tamaulipas.- Es mediodía y el calor ya toca los 38 grados centígrados en la parte alta de la plaza Morelos, en donde cerca de 200 venezolanos, de un total de dos mil que había hace tres meses, esperan de manera paciente la ansiada cita que les permita ingresar a Estados Unidos en calidad de refugiados políticos.

Somnolientos bajo el ardiente techo de unas improvisadas carpas, decenas de niños, entre mujeres y hombres que no rebasan los 35 años, luego de tres meses de ‘vivir’ bajo condiciones de hacinamiento, mal alimentados y al borde de la deshidratación, mezclan la impotencia y la frustración con el halo de una esperanza que los mantiene de pie.

Es el caso de Yolanda, una joven venezolana de 34 años que salió de su país debido a una persecución política en contra de su esposo, quien luego de haber militado en las filas de la dictadura de Nicolás Maduro, cambio de rumbo para enrolarse en la disidencia y enfrentare al régimen del dictador, razón por la que salió de ese país.

“Salimos del país porque somos perseguidos políticos, y si regresamos asesinan a mi esposo”, dijo la joven quien dijo tener en esta frontera tres meses sin que se le haya citado para obtener una visa en Estados Unidos.

Al recordar el drástico recorrido que tuvo que hacer al cruzar 8 países distintos, sus ojos se llenan de líquido, y entre el relato y la entrevista, Yolanda no puede evitar soltar un llanto tan amargo como sincero al mencionar que es injusto que no les haya llegado la cita, cuando a otros de sus paisanos apenas llegan a esta frontera, y de inmediato les avisan en sus celulares que ya calificaron.

Yolanda, al igual que muchos venezolanos ya vivió momentos de tensión y terror, sobre todo cuando tuco que cruzar la peligrosa selva del Darién, que divide Colombia de Panamá, en donde dijo que el terror y el miedo se apoderaron de ella cuando en su caminar de tres días por esa espesa ruta, vio como asesinaban a mujeres y niños, como abusaban de ellas hombres armados que ‘cuidan’ la selva.

“Fueron momentos terribles lo que viví en ese lugar, pero lo más terrible fue lo que pasé en Guatemala. Pero no se imagina lo que he vivido en estos tres meses, han sido días de angustia, de frustración, de miedo y de esperanza, porque aún tengo fe de que me van a llamar para la cita”, explica mientras enjuga sus ojos llorosos con sus dos manos.

Mientras es entrevistada, algunos migrantes caminan sin rumbo por esta plaza ubicada a escasos metros del río Bravo y de la línea fronteriza que divide las dos naciones; una que no quiere revivirlos, y otra que es indiferente a sus penurias.

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